Cartilla quincenal: aceituna
El Zorzal es solo un pájaro que come aceitunas. El Zorzal te llena la boca de fonética grandilocuente. ZOR-ZAL.
El Sorsá le desafía con acento montillano venido del campo. Sorsá se pronuncia con el cariño de quien consiguió convencer a diez nietos de que cada uno era el favorito. Sorsá es una mano delgada que le llena el plato a todos. Sorsá es una mano trabajada que juega con tu pelo al son de una nana.
Sorsá también come aceitunas, pero riéndose con su sencillez del Zorzal. Se ríe del impostado, del que busca la grandeza lejos de donde está.
Tiemblan los labios del anciano, sus ojos saltan buscando respuesta, ¿qué hace bajo un olivo, solo, con estos calores? Es mediodía. Recostado en el tronco, intenta levantarse. Fracasa. Su mano izquierda se cierra y abre. Alza la mirada. En su pie ladea un sombrero con la brisa y, cierto, el bastón. Pero el bastón le queda lejos, más allá de la sombra del olivo. ¿Cómo no lo tiene a su lado? Palpa sus piernas encontrando hueso y poco más, suspira. Un mar de tierra le rodea. Su bote, el olivo de velas sombreadas. ¿En qué pensaba? Algo le incomoda en un bolsillo del pantalón. Hurga a ver. Un pañuelo arrugado con cuatro aceitunas. Lo despliega a lo que un pinchazo le sube por el costado y agarrota su brazo. Consigue, a duras penas, llevarse una aceituna a la boca. El viento sopla con el coro de las hojas y descuelga el sombrero de su pie, poniéndolo a rodar campo a través, a rodar y rodar ante una sonrisa aguda de dolor, pero sincera por ver al recordar el correr y correr del perro que a correr se pierde por el olivar donde su familia varea las copas y, con sonrisas, se vuelven para mostrar lo recogido que, con él y todos, subirán a navegar sobre el imbatible reino del olvido en su velero verdinegro, el último olivo.
Poco sabía Tutankamón el “joven faraón” que lo más valioso que estaba protegiendo con las maldiciones sobre su tumba no era el oro, ni el lapislázuli, ni las espadas y arcos, ni los vasos canopes, ni los frescos de las paredes, ni los pergaminos, ni a su gato momificado. Lo más valioso era el aceite de oliva.
Bandai, ¿qué guay?
— A ver, ¿qué tenemos?
— Piernas de bambú; el torso de melón, solo uno, ¡solo uno!; la mano izquierda, una calabaza para meter buenas hostias y la derecha una enredadera para poder agarrar la espada espacial de Zordon; el pelo de brócoli, a lo afro, que somos inclusivos; una nariz de zanahoria, classic; la boca, un puerro para que sea mínimamente expresivo.
— Eso, eso. Mínimamente. Que una máquina de matar no debe tener muchos sentimientos.
— Las orejas… Mira, un agujero y a tomar por culo. Nadie se fija en las orejas. Nos quedan los ojos…
— No sé…
— Unas… ¿Aceitunas?
— Eres un genio.
— Aceitunas con hueso. Tendremos que modificar la trama para dejar claro que no hay nada de anchoa en su interior.
— Perfecto. Ya tenemos a los Power Rangers equipados con el nuevo Megazord vegano y antiespecista más mortífero de la historia.
Yo aceituno, tú aceitunas.
Él aceituna, ella también (check ✓);
nosotros aceitunamos
solo si vosotras aceitunáis.
Y ustedes, ustedes también
deberían estar aceitunando.
A-CEI-TU-NA:
Abrigo de Chanel,
chandal de Adidas.
Elegante, elegante.
Impermeable todo,
tengo mucho dinero.
Una hucha
naturalmente grande,
arrea.