Aquí Estamos, señor presidente, o cómo un running gag puede salvarnos de la desafección (spoiler: sale mal)
Sin ambages, contexto.
Aquí Estamos es un podcast en el que el cómico barcelonés de apellido mallorquín Ignasi Taltavull conversa con el cómico mallorquín de apellido shakesperiano Adri Romeo. Usando sus propias palabras, el podcast es un medio de monetizar su amistad.
Este artículo se ha empezado a escribir en 2022 y el presidente del gobierno español es Pedro Sánchez. Pedro Sánchez es lo más parecido a Jesucristo que hemos tenido en el panorama político español. Es verdad que no fue ejecutado, solo lo destituyeron de su puesto por querer cumplir lo que había prometido en su campaña electoral; pero luego tuvo que recorrerse España en su coche para convencer a las bases de que él era la mejor opción para liderar de nuevo el partido y ganar las primarias. Y con 1 metro 90 centímetros de altura, conducir tanto tiempo, mata a cualquiera. Ahora está en la Moncloa, políticamente vivo. Resurrección. ¿Resurrección?
Un running gag es un recurso cómico en el que se repite un mismo chiste en varios momentos de un número humorístico. Si está bien ejecutado y escrito, la familiaridad que se genera y el mérito otorgado al cómico por incluir con sentido un mismo chiste en dos contextos diferentes, hacen que las risas se multipliquen. Pero lo importante para este artículo es lo primero, la familiaridad.
Desafección se puede ejemplificar en la frase “todos los políticos son iguales”. Pero no lo son. Algunos son más guapos que otros. Algunos te quieren meter en la cárcel y otros quieren tu libertad. No todos los políticos roban. Pero lo entiendo. Estás muy cansado como para buscar el modo de apoyar a los buenos políticos, que no son los que salen en las noticias. No te preocupes, a mí me pasa lo mismo.
“Spoiler: sale mal” es una broma popularizada a partir del año 2015 en la que se anticipa el fracaso de una acción anunciada previamente. Al ser humano le encantan las historias de fracaso, sobre todo si está enunciado de esta forma tan despreocupadamente cómica: “sale mal”. Además, sin anticipar en el titular el porqué de la ausencia de éxito, se consiguen clics y lecturas hasta el final; pura cultura del clickbait.
¿Qué ocurriría si Pedro Sánchez tuviera un podcast en el que, semana a semana, hablara con un amigo de cómo han ido los últimos días? Alguien que le pregunte sinceramente: “Pedro, ¿cómo estás?”. O, mejor todavía: “Peter, ¿cómo estás?”. Y él contestaría con la verdad porque a un amigo no se le puede engañar. Y ahí, en la verdad, está la empatía. Se descubriría que el trabajo de presidente del gobierno es muy complicado, que Sánchez hace lo que puede porque nadie está preparado para una labor de tal magnitud. Y tal vez estaríamos dispuestos a echar una mano todos como sociedad para intentar ayudar. La evidencia de la fragilidad de la cúpula movilizaría espontáneamente a la base para reforzarnos como país.
O no. Para empezar, Pedro Sánchez no es la cúpula de nada. Hacer patente una debilidad sería una forma de que los poderes fácticos ganaran todavía más poder. Y si creemos que los políticos no nos defienden, estos poderes del capital lo hacen mucho menos. Hay personas que creen que la fragilidad es debilidad y esto terminaría en un desprestigio del presidente(1).
Descartada la empatía, podríamos explorar el camino de la simpatía. A día de hoy he escuchado más de 50 horas hablando a Ignasi y a Adri. Mientras cocinaba, mientras iba a regañadientes a comprar ropa, mientras volvía a casa caminando cabizbajo derrotado por la enésima decepcionante cita de Tinder; ellos me acompañaban. Las anécdotas de Adri en la piscina son el running gag que me hace sentir como en casa. Me emocionan sus historias de cómo han sufrido y cómo encontrarse ha hecho que sus vidas sean mejores. Han hallado un apoyo mutuo para sus momentos malos y, lo que es más importante, alguien que se alegrará de sus victorias(2). Como curiosidad, en el podcast Ignasi imita a Pedro Sánchez. Sobre todo porque sabe que a Adri le hace mucha gracia(3).
Estoy tranquilo porque sé que se están cuidando. ¿Estaría más tranquilo si supiera que alguien está cuidando a Pedro Sánchez? Me imagino a alguien que imita a, por ejemplo, a Felipe González y eso le hace una gracia terrible a Sánchez y así se tranquiliza. Eso lo humanizaría. Pero la realidad es que nadie diría que un presidente humano es la mejor opción. Humanidad es inestabilidad, fallo, error. Se aspira al presidente perfecto. Se quiere a alguien que no disfrute ni tan siquiera de 30 minutos a la semana de una charla distendida. Por puro egoísmo. Porque son unos minutos en los que podría estar arreglándote la vida. A ti(4). En la simpatía está el humor, pero si hubiera un presidente haciendo bromas, habría mucha gente que lo tildaría despectivamente de payaso. Así que la simpatía tampoco va a ser.
Subiendo el nivel de abstracción, podríamos pensar otros formatos. Pedro Sánchez haciendo un resumen de las leyes aprobadas esa semana, Pedro Sánchez hablando de baloncesto, Pedro Sánchez en una sitcom radiofónica en la que es el líder de una tuna y en todos los episodios pierde su pandereta de la suerte aunque en realidad no está perdida sino que alguien la ha robado y la ha sustituido por un chuletón que, pese a que el chuletón es imbatible, no es su pandereta de la suerte... da igual lo blanco que sea el contenido, siempre habría una excusa para que eso le reste credibilidad en su labor de gobierno. Por eso no da entrevistas. Por eso su gabinete de prensa mide mucho sus palabras. El hermetismo le ganó a la comedia. ¿Por qué? Pedro Sánchez es ese vecino que se mete en el ascensor contigo y cuando tú haces una referencia al tiempo ligeramente chistosa te mira sin mover ningún músculo de la cara y sale del habitáculo sin decir ni un “buenos días”. ¿Es esto a lo máximo a lo que puede aspirar nuestra política? Me temo que sí. Hemos llegado hasta aquí. Qué triste...
Señor presidente, he intentado salvarlo. Pero no he podido. Y me ha hecho sentir triste. Zapatero a tus zapatos. Voy a ponerme algún episodio antiguo de Aquí Estamos para reconciliarme con el mundo y animarme. ¿Ignasi es mejor Pedro Sánchez que el propio Pedro Sánchez? Para mí sí. ¿Lo mejor que ha hecho Pedro Sánchez en su vida es existir para que Adri se ría mientras Ignasi lo imita? Por supuesto(5)(7)(8)(9)(10).
Suspiro
Oscuridad.
La oscuridad llena todo.
Poco a poco me soy. Me distingo.
¿Desde cuándo?¿Cuándo volví a ser y por qué dejé de serlo?
Un estruendo sordo perturba mi ensimismamiento. Con la lucidez llega mi cuerpo. Con él, llega el dolor. Un dolor agradable. El dolor de los pies al sentarse tras una larga caminata. El dolor al cerrar los ojos tras incontables horas leyendo. El dolor del descanso. Floto.
Un sonido hueco me sacude, esta vez acompañado de un fuerte resplandor. Mis ojos tardan en acostumbrarse a ver. Tal vez no recuerdan cómo hacerlo, tal vez nunca lo hicieron.
El cielo oscila. Parpadea. Dos grandes navíos bailan en su horizonte. Junto a mí, barriles rotos. Sogas desgarradas. La sangre escapa de mi cuerpo. Huye cómo el humo de la hoguera. Baila dibujando divertidas formas hasta perderse.
La oscuridad me invita a alejarme de la escena que contemplo. Me arrastra y sumerge en el infinito. Por suerte, no estoy solo. Me acompañan otros desventurados. Inmóviles. Igual que yo. Azul y rojo. Amigo o enemigo. No es hasta que reparo en el color de mi propia casaca que soy capaz de discernirlos. Fracaso en mi intento de sentir complicidad por los míos y animadversión por aquellos que han decidido mi suerte. ¿Acaso importa? Encima del agua tal vez, pero ahora vamos juntos. Somos compañeros de viaje, con el mismo inevitable destino.
Me sorprendo al no tener miedo. No me conozco, pero siento que debería tenerlo. Al fin y al cabo no todos los días pierde uno la vida. Y sin embargo ¿Si no sentí miedo al llegar hace unos instantes, por qué debería tenerlo ahora al irme?
Lo que al principio parecía una cruel broma del destino, poco a poco se transforma en todo lo contrario. He recibido un regalo. Una vida. Un suspiro.
Mi ojos se deleitan con el espectáculo de luces provocados por la pólvora. Mi cuerpo baila al ritmo de los cañonazos. Sonrío. Lloro. Me enamoro de todo y siento nostalgia de aquello que no recuerdo.
Poco a poco dejo de ser. Me pierdo.
La oscuridad llena todo.
Y sin embargo. Luz.
Poliedro patriótico
La capa roja al viento supervisa el debate entre calzoncillos fuera o dentro. Un símbolo de justicia, bondad y heroísmo. Uno de los seres más poderosos de la galaxia, criado en una granja de Kansas bajo los auténticos valores americanos.
Admirable la arrogancia americana que da por sentado que si un extraterrestre de cualidades cuasi divinas fuese educado por una familia normal del país, en un lugar normal del país, resultaría en un paladín incorruptible, honesto, leal, comprometido y trabajador1. Ah, y guapo de narices.
Nada de magnate abusador, nada de guerrero histérico, ni patriota descerebrado, ni asesino acomplejado. No, si recibe usted una educación americana y aprende a hacer las cosas the American way es usted bueno, el mejor.
La cruz ardiendo en la noche de Burning Missisipi, el soldado con estrés post traumático por una guerra que no entiende de Apocalypse Now, la pizzería en escombros de Do the Right Thing. Retratos del mismo país en el que se crió Clark Kent, personajes que difieren mucho del Boy Scout de estrellas y barras. Historias, algunas de ellas con leves aires de esperanza, que sustituyen la arrogancia por autocrítica.
No hablo de películas en la que el individuo se enfrenta a un estado corrupto, al fin y al cabo no son más que alabanzas al ciudadano americano, cuyo criterio está por encima del de los organismos públicos o privados. Hablo de narraciones en las que el propio país, la propia identidad nacional, sus propias raíces y creencias son llevadas a la sátira o crítica dramática.
¿Es Peter Griffin la versión sin poderes de Superman?
Coexisten dos visiones sobre el mismo país. Aunque son mayoría las exaltaciones y la propaganda, hay un espacio para el debate, para la revisión histórica. The Birth of a Nation revivió al Ku Klux Klan. Django Unchained y The Blackkklansman lo ridiculizaron.
La desfachatez de creerse los mejores. La suficiente falsa humildad como para contar historias en las que igual no lo son.
Cruce el charco y cambie perritos calientes por bocatas de jamón. El soccer mal llamado por el fútbol bien jugado. ¿Superman? Super López, y si llega. Chistes sobre las cosas a la española. Defensa con palos y piedras, detectives que prefieren dormir a hacer su trabajo porque la parienta les tiene hartos. ¿Es autocrítica? Bueno, no.
Jonan de Baraka. Jonan es un joven inconforme con la sociedad vasca en la que se ha criado. Él lo que quiere es pasarlo bien, salir por la noche y disfrutar.
“Al bakala se la suda la independencia, al bakala se la suda el estado opresor.” — Lehendakaris Muertos.
Jonan, que es el puto amo, conduce su coche tuneado acompañado de su inseparable Txori. Navega la urbanidad proletaria bilbaína, haciendo malabares con estereotipos y ambiciones.
Y Jonan, con sus aventuras, forma parte del programa vasco Vaya Semanita. Aquí hay sátira, aquí hay crítica. Vaya Semanita explica que timo en euskera se dice euskolabel (denominación de origen interna que garantiza la calidad del producto… y un precio desorbitado). Este programa ridiculiza a su propia audiencia, haciendo humor de los conflictos y estereotipos vascos; entendiendo que para comprender la salud de una sociedad hay que poder reírse de ella; escondiendo el orgullo y la crítica bajo capas de chistes y personajes que representan y atacan a todos los estratos de dicha sociedad.
Extienda ese programa a nivel nacional con Made in China. No lo ve nadie. ¿Difícil encapsular toda una identidad nacional (a pedirle que defina qué narices es eso a otro, chati) para satirizarla? ¿Demasiados pueblos, demasiado diferentes, dentro de una misma península? Tal vez.
Más probable es el picor de verse sin careta. Complejo de inferioridad. Es mejor resguardarse tras un muro de ridiculización contenida, como el abusón del cole, inseguro, que se pone la máscara de payaso, en lugar de afrontar una realidad cruda en la que conviven unos pocos éxitos con unos muchos fracasos.
Reírse de que un astronauta español le pondría un palo a los asteroides para desviarlos es bastante más cómodo que presentar un cohete que no llega a la troposfera porque no se ha invertido un cagado en ciencia. O a lo mejor es que salen del mismo sitio y simplemente somos incapaces de llamar a las cosas por su nombre y solo queda esconderse en una resignación rancia.
¿Es España un país que merece continua auto burla? ¿No hay nada reseñable? ¿No hay una historia que poner en valor?
Hay historia para enterrar Hollywood a base de epicidad. Y entre tanta epicidad, conocer lo que se ha hecho, debatir sobre su impacto en el hoy, en quiénes somos.
¿Exaltar sin criterio? ¿Patriotismo barato? ¿Toros, playa, tapitas y deportes?
Definir nuevas caras para un poliedro patriótico. Enterrar la simplísima unidimensionalidad del buen español.
¿Qué le quita el sueño Inspector Garrison?
El siglo de oro, Detective Moore. El jodido siglo de oro.
Talento hacia fuera, sentimientos de orgullo limitados. Una visión lisiada de nuestro propio país en el que nadie es realmente bueno y, si lo es, mejor que se vaya, porque aquí no sabemos valorarlo. ¿Será el miedo al fracaso ese del que tanto se habla? Será que limitamos la comedia antes de hacerla y con ella nuestras ideas antes de pensarlas. Será que somos el meme que llora bajo la careta. Será que ni nos duelen nuestros dramas, ni tenemos una comedia que haga daño.
¿Es Estados Unidos superior? Tan superior como un boniato cocido sobre un pie mojado. No ensalzo la sociedad norteamericana. Recalco el hecho de que son capaces de verse con arrogancia y crítica. Gustará más o menos en diferentes sectores del país, será más o menos acertada la visión que se den de ellos mismos, pero existe esa voluntad de alabar y criticar. Porque no creo que podamos crecer de verdad como país si no combinamos ambos discursos sobre España.
Reclamemos los Cervantes y Magallanes, nuestros éxitos artísticos y humanistas, pero veamos también con ojo crítico las matanzas y guerras. Sepamos cuando hemos aportado al mundo tanto para bien como para mal (sí, incluyendo el puñetero palo de la fregona). Cuando dejemos de vernos como una panda de inútiles a los que es mejor no hacer críticas en serio, podremos crecer en el imaginario colectivo por encima de Pajares y Esteso.
Y no es solo cuestión de los malditos gringos, con sus malditos vaqueros y sus malditos superhéroes. Er isr wieder da es una comedia alemana en la que Hitler levanta la cabeza para interactuar con la Alemania del siglo XXI. Hitler. Por la calle. Improvisando muchas de las escenas con los propios alemanes. Comedia pura. Sátira de verdad.
Recrudecer los chistes, levantar piel y ampollas, usar comedia, drama, ciencia ficción… Lo que haga falta para ponernos en valor desde el entendimiento de toda la mierda que hemos acumulado.
La comedia es el mejor punto de partida. Los dramas lacrimógenos que parece que ahondan en problemáticas serias, pero que solo quieren juntar mocos con palomitas ya se hacen y no valen para nada. La comedia no se puede hacer sin un entendimiento profundo del tema que trata.
Coja Todos a la Cárcel, la Trilogía Nacional o Los Jueves Milagro y verá lo más cerca que hemos estado nunca de retratarnos a nosotros mismos. A Berlanga le llamaron comunista desde la derecha y fascista desde la izquierda. Berlanga contaba historias sobre España que cada día que pasa se ponen en mayor estima. José Luís miraba su país con honestidad y retrataba sus gentes en una algarabía insubtitulable.
Seamos berlanguianos con conocimiento de causa, para que no nos haga tanta ilusión que pase el puñetero señor Marshall, por tener cosas más interesantes que ver en nuestro pequeño pueblo de secano.
Mí, me, conmigo
Ruido.
De sirena que interrumpe. De sueño que corrompe. De calle que no duerme.
La ciudad me robó el sueño, en lugar de la cartera y la Gibson Les Paul que nunca he tenido. El cambio arde, como harían las barcas si navegase solo. El adiós más difícil es el que se dice, con el corazón menguando en un retrovisor sin vistas al mar.
En Madrid ya no era ayer, sino mañana, y el insolente sol que como un ladrón entró por la ventana invadió un cuarto que no era mío, echándome de una cama de prestado. Me perdí por unas calles que no me reconocían, en una ciudad que sabía de mí lo que yo de ella. Me dejé llevar por la corriente de pasillos improvisados del Rastro. Llegué, en el 36, al primor de unas Galerías Piquer donde volvían a sus cuidados las personas formales, mientras por Ventas galopaba el pelotón. Al día siguiente los papeles hablarían de Gilda, y de tal, y de segunda división. Sonreí, absurdo como soy, al ver que las paredes me cantaban las letras de Sabina.
Como amistad sin aspiración, su voz quebrada y su rasgueo sin gana son alivio y castigo de los días que me viven en Madrid. Siempre me ha fascinado ese lirismo nostálgico de Sabina. Ese regodeo en la decadencia. Ese asiento junto al fuego del que hace de la amargura su refugio.
Aunque me oculte en una esquina, en una barra, la letra de Sabina me encuentra y me atrapa. Me desgarra. Me recuerda la dulzura de la vida con el gusto de su bilis. Recorro escenarios con el afán alquimista de convertir mi verbo en emoción, para llevar el sótano a unos 80 en los que Krahé, Pérez y Sabina encendían con acordes una España entre bostezos.
Deambulo sin rumbo, buscando imbuirme de una esencia tan consumida que sabe a vacío. Me preguntó si añoró a su musa por los mismos adoquines por donde te añoro a ti. Te extraño. Me enfado con la ausencia que dejas en mi cama y pienso en esa ciudad en la que el sol no tenía miedo de salir. Donde están los besos a tragos, las miradas en chispa, los abrazos que callaban la duda.
Salgo de una actuación. Hundido. Mi desvarío enmudece al toparme con el metro. Sobre la entrada, el cartel reza: Calle Preciados. Tras la peor de mis actuaciones, termino lamentándome en esa esquina en la que se ganaba cuatro duros a golpe de voz y acorde. Cuando todos le llamaban Adán. En un infierno de motivos que al mañana no le importan, me regocijo en el encuentro, en la complacencia de sentirme artista en el mismo lugar, en un tiempo distinto.
Llueve, y en lugar de bailar al ritmo de la lluvia sobre las capotas, olvidamos el compás, presas de charcos que no nos hunden, ni nos dejan flotar. Me he convertido en un pez de ciudad, que mordió el anzuelo de la trampa de la rutina. ¿Merezco nadar? O quizá ver los días pasar desde la pecera del acuario, dando vueltas a un cofre que no proporciona alimento ni con qué conseguirlo. Me adormece el parpadeo de los fluorescentes de una oficina con ventanas a otra oficina, de un comedor con vistas a una foto de un callejón sin salida, de unas nubes sin respeto por el sol.
Las risas que robo son aliento, escape de una realidad que me abraza y aparta en un vaivén sin patrones. Sin estar en Linares-Baeza, visto las medias negras que toreaban con el bolso a los tranvías, sorteando los envites y vítores de una ciudad que me acoge y azota por igual con su amistad de refilón. Con su calor de brasas sin llama.
Deambulo por Quevedo, una noche, después de un concierto, y pienso en el pueblo con mar que me vio nacer –al que mi padre decía que había llegado en patera–. Recuerdo cómo atendía la barra del bar al que la noche venía a morir. Cada noche hacía nuevos amigos. Llevo aquí meses y hay pocos de los que sé. Se perdieron las postales que nunca se llegaron a enviar. Palabras que vuelan, promesas que se van. Amistades que duran un cigarro. Semillas de una relación incapaz de brotar bajo el artificio de la luna.
Sabina baja al infierno en cada nota para resurgir en cada verso. Se precipita en la tumba del fracaso. Se baña en la decadencia para volver con una palabra agridulce, con un quejido de aliento. Sabina no abandona su pena. Te invita a convivir con la tristeza, a quererla. A respetarla. A transformarla. La convierte en hogar de quien no la teme. Te enseña a nadar en el fondo sin llegar a tocarlo, tan solo sentirlo.
Sus letras son un cuaderno de bitácora por la desdicha. Una carta de navegación que no acaba. Un mapa del tesoro sin cruz. Sin fin. Todos los finales son el mismo repetido y cómo poner punto final al prólogo del libro, al comienzo dentro del comienzo, al primer redoble entre el ruido. La vida sigue, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. Caminaré. Me perderé, hasta llegar al lugar donde se cruzan los caminos, tan lejos del mar que no se puede concebir. Me guiaré por las estrellas, aunque tienda a confundirlas con luces de neón.